28 oct 2011

VICTORIA KIRCHNERISTA CON EL 54% DE LOS VOTOS

El milagro aritmético


De la Redacción de ZOOM. El triunfo de Cristina transformó al kirchnerismo en mayoría. Se abre una nueva etapa política, a diez años de 2001. Los caminos del peronismo. La inviabilidad del FAP. La virtualidad del macrismo. Braden y Magnetto, un mismo destino. Cooke y las vueltas de la historia.


El categórico triunfo electoral de Cristina Fernández de Kirchner en las elecciones nacionales del pasado domingo marca la continuidad del proyecto nacional y popular iniciado el 25 de mayo de 2003 y, a la vez, abre una nueva etapa en la vida política del país.


A casi diez años del estallido de 2001, estos comicios fueron el último episodio de un largo fade out que tuvo su punto de partida en el antimenemismo con sacarina de la Alianza. La defunción política de figuras como Eduardo Duhalde y Elisa Carrió, decretada en las urnas el domingo, simboliza el fin de una época. La punta de un iceberg cuyo derretimiento hoy se termina de llevar por la alcantarilla tanto al peronismo disecado de los retrógrados como a las distintas alquimias de un progresismo cuyos denominadores comunes, a la hora de los postres, terminaron siendo el antiperonismo y la antipolítica.


2003: año 1 DK (después de Kirchner)

Aquella abismal encrucijada argentina de diciembre de 2001 solo admitía dos salidas, la ruptura o la continuidad, en un nuevo escenario dicotómico que encerraba viejas disyuntivas latinoamericanas, como liberación o dependencia, como patria o colonia. El kirchnerismo expresó la primera de las opciones y su emergencia reseteó el tablero político nacional. A partir de 2003, su irrupción modificó el mapa. En el envión de su constitución, el kirchnerismo fue aspirando en diversas tradiciones los elementos para nutrir esta gesta del siglo XXI. La trayectoria pendular que va del ensayo de la transversalidad a la presidencia del PJ pasando por la fallida Concertación Plural pueden verse como un recorrido errático pero también como un proceso de inoculaciones aplicadas sobre las contradicciones de los diferentes espacios políticos existentes para parir una nueva expresión.


El kirchnerismo fue una esponja que absorbió las mareas de la historia para escurrir un flujo nuevo, aun hoy efervescente, pero nunca ajeno ni indocumentado. Así rescató las tres banderas del movimiento del ’45. Honró la lucha ejemplar de los organismos de defensa de los derechos humanos. Puso en acto el anhelo de la integración latinoamericana. Recogió reclamos y aspiraciones sociales que se habían vuelto afónicos de tanto gritar al viento, y se plantó frente a los organismos internacionales de crédito y saneó la Corte Suprema de Justicia. Tributó a una soterrada lucha de décadas para democratizar la palabra y el derecho a la información impulsando la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Enriqueció su visión de la ayuda social implementando la Asignación Universal por Hijo. Y dialogó con una prédica por la igualdad y la diversidad ajena a su bagaje al apoyar la sanción de la Ley de Matrimonio Igualitario.


El kirchnerismo trazó la raya de su identidad cuando puso a la política por encima de la economía. El trabajo y la producción sobre la especulación financiera. La vida por sobre la propiedad. Cuando resolvió que nunca más un argentino debía disparar contra otro argentino. Y con esos mismos ademanes, le subió la cota al océano nac&pop. Por eso, después del kirchnerismo, nadie puede ser peronista, radical, progresista o de izquierda igual que antes.


Segundos que son terceros, segundos que no jugaron

Quienes no comprendieron la contradicción principal que el 2001 puso dramáticamente sobre la mesa, se engancharon en clivajes secundarios y estériles en términos de construcción, ligados al republicanismo, la corrupción y otras yerbas. Continuando por esa ruta en cuya banquina uno puede ver aun desparramados a seguidores del Frepaso, el ARI o Proyecto Sur, está el Frente Amplio Progresista liderado por el Partido Socialista de Hermes Binner y su constelación de inestables satélites. Quienes no comprendían la expansiva euforia reinante en el bunker del FAP en la noche del domingo debieran reflexionar sobre la sabiduría que supone tener conciencia cuando uno está viviendo su mejor momento antes de declinar. Su lejanísimo segundo lugar colocará a Binner en la historia por haber llevado tan alto como nunca al partido de Alfredo Palacios. Y no mucho más. Todo lo que viene para el FAP de ahora en adelante es cuesta abajo, en el supuesto caso de que pueda mantenerse unido.


Está por verse si el FAP jugará el mismo rol que otras fuerzas latinoamericanas (caracterizadas por su impronta renovadora, sus reivindicaciones sectoriales y su empatía mediática) como las que llevaron a Marina Silva y a Marco Enríquez Ominami a terciar en las últimas elecciones presidenciales de Brasil y Chile, respectivamente. Lo que sí se evidencia con nitidez es que la debacle de 2001 también organizó por defecto un nuevo polo con epicentro en una nueva vieja derecha, en la que se licuan añejas tradiciones conservadoras con resabios cualunquistas, nostalgias neoliberales y rechazo por la política. El macrismo, nacido también en 2003, es el enemigo íntimo del kirchnerismo. El otro yo que confirma su existencia. En ese berlusconismo local cocinado entre la Bombonera y Barrio Parque se recuesta la mayoría de los poderes fácticos y por ese andarivel parece factible que evolucione la principal oposición en el país.


El PRO y el FpV están llamados a realimentarse mutuamente y a animar los próximos años de la política argentina. La imposibilidad de ser del Peronismo Federal, al margen de la impericia de sus referentes, es otra prueba de cuáles son las dos únicas canaletas por las que puede correr el justicialismo que viene. El peronismo será kirchnerista o no será, como proclama la JP bonaerense. Y quienes no concuerden con la premisa, encontrarán buen refugio (como ya vienen haciendo muchos desde 2003) en el conservadurismo populista del macrismo.


Lo que viene

La reelección de Cristina abre una nueva etapa porque pasa en limpio el nuevo mapa político realmente existente en el país y porque su abrumadora cosecha de votos tiene dos significados. Es la convalidación de los logros políticos, sociales, económicos y culturales de su gestión. Y también una actualización del inventario de las conquistas populares, que convoca a nuevas liturgias y nuevos feligreses. La nacionalización de los ferrocarriles y el aguinaldo ahora tienen por compañía, en el mismo estante de la historia, a la estatización de los fondos jubilatorios y a la AUH. Por poner solo un par de ejemplos de ambos períodos históricos.


Cristina da más datos del upgrade político y discursivo. Habla de igualdad, no de justicia social. No reniega del peronismo (“gracias al peronismo, los argentinos aprendieron a tener derechos” dijo el reciente 17 de octubre) pero tira la línea más allá ese mismo Día de la Lealtad: “Evita les pedía lealtad a Perón; yo solamente les pido lealtad a la Argentina y a los intereses de todos los argentinos”.


Cristina le pone fecha de bautismo a la épica nacional y popular, pero se niega a limitar su proyección a ese mismo punto calendario. “El 17 de octubre está definitivamente incorporado a la historia de todos los argentinos, es el ingreso, es la irrupción de los trabajadores y de la mujer a la política argentina y es un día a partir del cual se pudo construir el movimiento obrero más importante de Latinoamérica y también se pudo lograr la construcción de un proyecto político que hoy excede – sinceramente lo siento – a nuestro partido y quiere involucrar al conjunto de la sociedad ”.


Quizá la pista más clara sobre cuán lejos apunta la Presidenta haya que rastrearla en su discurso del 11 de marzo pasado en Huracán. Allí verbalizó no solo una recomendación para la práctica militante, sino el despunte de la actualización política que ella misma está protagonizando. “ Quiero decirles a todos ustedes, que cuando incorporen a otros argentinos no les pregunten de dónde vienen, no les pregunten cuál es su historia o su partido” dijo a la multitud, para luego enumerar los logros y los ejes de estos ocho años de gobiernos kirchneristas. El cierre no permite dudas: “ Si están de acuerdo con esas cosas forman parte de esta historia y de este espacio. Lo demás es anécdota o vanidades personales ”.


Con Braden esto no pasaba

“Mirada desde el ángulo tradicional, la Unión Democrática era una aplanadora: estaban todos los partidos que tenía el país, es decir, todos los votos. Los analistas procedían con criterio realista y admitían que de ese inmenso montón de sufragios había que descontar unos puñaditos de gente que votarían al candidato ‘imposible’, algunos obreros sin conciencia que se habían dejado engañar por el demagogo, los sectorcitos que seguirían a los radicales de la Junta Renovadora, los totalitarios, claro está, y por fin ciertos elementos de la población, como ser vagos, ladronzuelos, punguistas, borrachos, malevos... En suma, una ínfima minoría de estúpidos y antisociales, y por consiguiente, lo único que tenía interés era el escrutinio de las listas de diputados para ver cómo estaría compuesto el Parlamento que acompañaría al gobierno de Tamborini-Mosca. No hay necesidad de explicar cómo fue que perdieron todos los partidos, con toda la prensa y el dinero, con las omnipotentes embajadas de las democracias victoriosas”. En Apuntes para la militancia, John William Cooke describía en 1964 el panorama electoral de 1946 con ironía y lucidez. De algún modo, pintaba involuntariamente de manera premonitoria el escenario 2011, en el que Héctor Magnetto no logró emular al embajador estadounidense Spruille Braden reuniendo a todas las fuerzas opositoras. Por caminos distintos, los unió un mismo resultado: ambos desembocaron en una catastrófica derrota.


Aquel texto de Cooke ilumina el presente. “La UCR, como todo partido ‘serio’, excluyó de su léxico la palabra ‘imperialismo’ justo cuando el hombre de la calle estaba adquiriendo conciencia de su peligrosidad” señala y quizá el teléfono suene hoy en campamento socialista. “El caso que venimos analizando deja una primera lección: no hay que encerrarse en cuevas ideológicas porque afuera pueden estar sucediendo cosas importantes y uno enterarse demasiado tarde o no enterarse nunca”, remata con una aseveración de amplio espectro.


“Ningún integrante de la Unión Democrática creyó que pudiera triunfar el coronel Perón. El 17 de octubre había sido un misterio ‘policial’: el 23 de febrero (día de las elecciones) fue un misterio aritmético. Algunos dijeron después, para prestigiarse como zahoríes, que se la vieron venir: no es cierto, eso estaba fuera de toda lógica que ellos pudieran desarrollar. Por lo general, hasta el día de hoy siguen sin enterarse de lo que pasó”. Si Cooke viviera comprobaría que los sectores dominantes y los partidos que intentan representar sus intereses han vuelto a tropezar con la misma piedra.