22 ago 2011

SIEMPRE MÁS DEMOCRACIA

Nunca menos derechos

El proceso abierto en 2003 redundó en la ampliación de diversos derechos. Montaje APAS

Por Daniel Gonzalez Almandoz

El resultado registrado en las PASO se convirtió en un parteaguas para el futuro de Argentina. El amplio apoyo popular va más allá de condiciones económicas. Subyace la posibilidad de imaginar un Estado diferente en una sociedad para todos y todas.

La contundente victoria de la presidenta Cristina Fernández en las elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) realizadas el 14 de agosto, significó la confirmación de la amplia mayoría de la ciudadanía argentina respecto del rumbo a seguir en Argentina.

Por lo general, los análisis mediáticos, que en ocasiones muy frecuentes resultan intencionalmente insuficientes, se han limitado a señalar “lo aplastante del vendaval K”, pero han rehusado enfocar algunos aspectos que atraviesan medularmente la característica del Estado y la matriz desde la cual, en términos institucionales, se ejercieron procesos de dominación, hoy interpelados y cuestionados por la acción reivindicatoria que recorre la región.

Algunos lugares comunes para justificar la victoria de la vigente gestión son la recuperación económica, o el asistencialismo subsidiario, según el recorte ideológico desde el cual se ancle la mirada; pero poco y nada se abordó la densidad del proceso de transformación social, política, cultural y económica, en el sentido de lo obtenido y promovido en términos de ampliaciones de derechos y de la democracia.

El silenciamiento de esta perspectiva no resulta casual sino que se deriva del carácter subversivo del orden hegemónico dominante, y por lo mismo, promotor de un orden distinto.

En otras palabras, el instalar al proceso como tal en una dimensión superadora al reduccionismo economicista o al asistencialismo estatal; obliga a valorar una instancia superadora, que conduce a cuestionar el tradicional modelo republicano liberal.

Un claro ejemplo de esto lo constituyen las declaraciones emitidas, en conferencia de prensa, por el presidente de la Unión Cívica Radical (UCR) a nivel nacional, Ernesto Sanz, quien afirmó que “de persistir la tendencia que se verificó el domingo habrá un grave peligro institucional por desequilibrio de poderes en la Argentina”.

Ahora, ¿por qué el temor a lo que puede sufrir algo abstracto como las instituciones; y no preocuparse, por ejemplo, en el futuro de las condiciones materiales de existencia?

Una respuesta rápida a ensayar tiene que ver con que las claras y generalizadas mejoras en la calidad de vida dificultan la eficacia de un discurso opositor deconstructivo en este sentido, que choca de frente, como señalaría Héctor Schmucler, con las enseñanzas de la experiencia.

Pero aún con la insoslayable veracidad de esta situación, aparecen aspectos de mayor profundidad y que soportan fuertes sistemas de dominación.

Una clave de entendimiento para esto la aportó hace algún tiempo José Pablo Feinmann, en su nota “Las instituciones y el hambre”, publicada en Página 12.

Allí, el filósofo argentino señaló que “los pocos, muy pocos gobiernos, que le dieron algo al pueblo en este país fueron personalistas y autoritarios. Rosas, en el siglo XIX. Sus enemigos, los cultos y elegantes liberales o unitarios, destilaban tal desdén por las clases bajas que ese desdén no era sólo eso, era más que eso: era odio y era, sobre todo, el aliento de la venganza, la espera de la oportunidad… Perón, muy parecido: con un esquema autoritario, verticalista, agresivo. Con una mujer que destilaba rencor y amaba a los ‘grasitas’, le dio al pueblo lo que nunca había tenido y lo que nunca jamás habría de tener. Una de sus estadísticas injuria como pocas el espíritu de la República: nunca fue tan alta la distribución del ingreso en favor de los pobres. Es cierto, debilitó las instituciones. Pareciera que para tocar los intereses de los poderosos y hacerles largar algo de su opulencia para el lado del barro, donde los miserables viven, hay que tocar sus intereses, molestarlos, aunque sea, un poco”.

Matrimonio igualitario, aumentos jubilatorios anuales por ley, asignaciones universales, acceso a la tecnología. Los negros con la panza llena y usando computadoras. Los obreros recuperando el ocio deportivo que les había sido privatizado. La diferencia haciéndose presente sin molestar. Como señaló Cristina Fernández al momento de generalizar los reconocimientos de los cuales sólo disfrutaban los que se dicen héteros: “al otro día de una sanción tan importante, me había levantado con los mismos derechos que había tenido antes de esa sanción. Cosa rara, porque a veces, cuando se aprueban cosas importantes, algunos quedan tambaleando, con algo menos, o por lo menos en la historia argentina. Sin embargo, yo estaba con los mismos derechos y había cientos de miles que habían conquistado los mismos derechos que yo tenía”.

Aparece aquí uno de los grandes logros y valores del proceso comenzado en 2003: la emergencia y reconocimiento de sujetos, nuevos y recuperados; la generalización de derechos; la ampliación de esa categoría que en ejercicio pleno generaliza y en su recorte habitual fetichiza: la democracia.

El mérito entonces está en esa ampliación que, por momentos, recupera postulados históricos populares, para rápidamente trascenderlos, tal cual lo señaló Ernesto Laclau en una entrevista cedida al semanario Miradas al Sur: "El peronismo histórico, al igual que el kirchnerismo y la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen, significó la entrada de nuevos sectores sociales a la esfera pública. Sin embargo, en el peronismo se dio a través de una manera dominante que tomó la forma del sindicalismo. En el kirchnerismo, esa forma sindical sigue pesando, pero en un contexto de pluralidad que incluye otras formas de movilización y democracia de base que son las que permiten profundizar la política populista en la cual está empeñado el gobierno”.

Parece claro que el permitir que los dominados de siempre observen un horizonte de mejora exaspera y crispa, porque para que eso ocurr, deben perder algo –alguito- los ganadores de siempre. Y el republicanismo institucional da la brecha para ser políticamente correcto; aunque esto suene a cinismo, porque, como dijo Feinmann “los que lo exigen jamás han sido republicanos y se han encargado de derrocar a las instituciones en numerosos golpes de Estado”.


FUENTE: APAS