4 jul 2011

CRISTINA 2011

Una nueva cultura política

La presidenta Cristina Fernández encarna un nuevo modelo de conducción política

La presidenta propone, en términos políticos, una síntesis del poder institucional a partir de un Estado Nacional asumido como herramienta o ejecutor decisivo del programa transformador (*).

Por Víctor Ego Ducrot

Gabriel Mariotto lo señaló con claridad en una de sus primeras intervenciones, tras asumir la responsabilidad de acompañar a Daniel Scioli en la búsqueda de un nuevo mandato como gobernador de la provincia de Buenos Aires: la presidenta convocó a una verdadera transformación cultural del país, dijo a quien quisiese oírlo y reflejarlo en los medios de prensa. Y el domingo pasado, a horas podríamos decir de su postulación, y de la de Amado Boudou para la vicepresidencia de la República, el actual titular de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (AFSCA) convocó a la nutrida militancia que ha venido siguiéndolo en su lucha por la democratización del universo mediático, a redoblar los esfuerzos y tomar conciencia de lo que a su entender representan la decisión de Cristina Fernández de Kirchner, de volver a someterse a las urnas, y los criterios adoptados por el oficialismo a la hora de elegir las listas de candidatos, de cara a las elecciones de octubre.

Una vez más, Mariotto leyó con precisión los dichos de la jefa del proyecto nacional que aspira, como siempre lo ha hecho a lo largo de su multifacética historia, a ser convalidado en las urnas, en ejercicio del principio de soberanía popular.

Cristina se había asumido como puente, como vaso comunicante, entre las viejas y nuevas generaciones de la práctica política, lo que a todas luces significa un acto fundacional, un nuevo punto de partida para entender y ejercer el país: el reconocimiento de un deseo convertido en firme voluntad institucional y militante, para ingresar en la Argentina de la Generación del Bicentenario, con un programa de acción caracterizado por la democratización profunda del cuerpo político, plena vigencia de los Derechos Humanos e inclusión social, tanto económica y cultural como identitaria.

De allí la valoración que el oficialismo y cada día más ciudadanos hacen de las medidas de gobierno que vienen adoptándose desde 2003 a esta parte, como la decisión de liberar al país de la ataduras impuestas por los organismos financieros internacionales, la recuperación de los fondos jubilatorios, la nueva Ley de Medios Audiovisuales y el matrimonio igualitario, por citar algunos de los vectores que le dan marco a la estrategia de recuperación del Estado y otorgamiento de volumen y densidad a la trama democrática.

La presidenta no deja dudas acerca de sus objetivos que, de ser alcanzados en forma plena –y para ello tiene claro que necesita otro mandato y prácticas que tomen su posta– implicarían una verdadera revolución democrática. Todas sus acciones concretas y manifestaciones simbólicas indican que, en términos políticos, propone una síntesis del poder institucional a partir de un Estado Nacional asumido como herramienta o ejecutor decisivo del programa transformador; la refundación del sistema federal, para dotarlo de profundidad y representación; la reformulación, ampliación y superación cualitativa del sistema de mayorías, actualmente basado en poderes territoriales y partidarios tradicionales; y la instalación de un conmovedor cambio de estructura generacional en el sistema institucional, abriéndole paso a la juventud en los ámbitos políticos y de gestión.

La Argentina oligárquica –y no debemos temerle a esa palabra, porque la oligarquía es un sistema digestivo con poderosas encimas y muta su genética conforme a las características de cada etapa histórica– lee con atención lo que está sucediendo en el país y recurre a su modalidad contemporánea, la acción de los medios de comunicación concentrados como puentes de mando estratégicos desde los cuales conducir sus propios despliegues políticos, para disparar lo más rápidamente posible contra el dispositivo transformador que encabeza la jefa de Estado.

Apenas conocida la postulación de Mariotto a la vicegobernación bonaerense, los canales de TV y radios del Grupo Clarín salieron a definir una agenda que el resto de la corporación siguió con disciplina papal. La idea consistió en tratar de meter ruido entre Cristina y los factores decisivos sobre los cuales actúa, en tanto aspiración de cambios culturales profundos, como los poderes provinciales, el movimiento obrero, la tradición organizativa del justicialismo y los nuevos contingentes generacionales.

Ese intento de meter ruidos fue dirigido hacia la relación real que existe entre la jefa de Estado y el gobernador Scioli, cada día mejor posicionado hacia una victoria contundente en su distrito; también aspiraron a proponer distancias y quiebres con el PJ, una estructura tradicional dentro del peronismo como cosmogonía, que trata de asimilar el trastoque paradigmático por la cual brega la presidenta; y auspiciaron el divorcio más escandaloso posible entre la dirección del proyecto nacional y los intendentes del Conurbano, siempre descalificándolos, porque la Argentina oligárquica no soporta las fuertes referencias territoriales refrendadas históricamente en las urnas.

No hubo datos ratificados de la realidad tangible, tales como las declaraciones de Mariotto respecto de su disposición a ponerse a las órdenes del gobernador, y la nominación del ministro de Economía como compañero de fórmula de Cristina, candidatura bien vista por la CGT, que no hayan sido silenciados, aprovechándose de las lógicas molestias que la disputa de una interna resuelta desde el liderazgo político reconocido puedan arrojar; quizás desde esa lógica deban ser entendidas ciertas manifestaciones de Julio Piumato, por cierto recogidas por la prensa hegemónica sin la menor precisión de contexto.

Néstor Kirchner hubiese tenido que insistir una vez más en aquello del estado nervioso de los oligopolios de la comunicación, y tal vez ahora de sus mandatarios, la dizque oposición. Fíjense ustedes que hasta el descenso de River a la categoría B Nacional del fútbol argentino está siendo utilizado como munición contra el gobierno: el viernes pasado, el diario Clarín sostuvo en primera plana que el partido que jugaron el domingo el finalmente descendido y el equipo cordobés se llevaría adelante con público, por decisión gubernamental; de modo tal que, ayer, Ricardito (Alfonsín) pudo decir, otra vez en tapa del mismo diario, que fue Cristina la responsable de los disturbios acaecidos, una vez más como consecuencia del irresuelto panorama de vandalismo que envuelve al más popular de los espectáculos argentinos, responsabilidad de su propia dirigencia y no de las autoridades constitucionales del país.

La respuesta sistémica de la Argentina oligárquica es descarada, y la impunidad de la palabra prohijada por Magnetto y sus secuaces fue de tal magnitud que un personaje de la calaña del colombiano que aspira a gobernar la provincia de Buenos Aires hasta se sintió protegido para insultar la memoria de un ex presidente fallecido y los sentimientos íntimos de su familia.

Néstor tenía razón, están nerviosos; pero semejante estado mental no necesita de psicofármacos, requiere urgente un aluvión de votos para cerrarles la boca.


(*) Nota publicada por el director de APAS en el diario Tiempo Argentino el miércoles 29 de junio de 2011