El Tributo a la Madre Tierra
El 1 de agosto, es el día de celebración de la Pachamama. La espiritualidad de los Pueblos Andinos se manifestará nuevamente en un grito de agradecimiento a la Madre Tierra, recreadora y dadora de vida.
Desde tiempos inmemoriales, la ofrenda a la Pachamama encuentra una vez más su lugar en la memoria de los indígenas del Norte. Ésta es una de las tantas festividades indígenas que suceden desde el 21 de junio, fecha en la que se celebró Inti Raymi, la fiesta del sol.
En el interior de la percepción andina de la realidad, se distinguen ciertas dimensiones, la Pachamama es la dimensión de la Divinidad Restauradora y Recreadora de la comunidad humana.
Los indígenas andinos, en lo profundo de su espiritualidad, practican la experiencia retribuida por medio de la ritualidad, donde las ofrendas son expresiones simbólicas de contenido real y representan la intención y gratitud de la comunidad. Este es el sentido que tiene la ofrenda de la Pachamama. El término Pacha, como vocablo de los idiomas de los pueblos andinos, como el qhishwa (quechua) y el aymara, denota la totalidad del tiempo y el espacio universal; expresa y significa la totalidad de la existencia de la vida. Y el término Mama, denota y significa el sentido de ser Madre. En este sentido, se debe comprender la expresión Pachamama como referente a la Madre de toda la existencia vital y universal, expresándose por medio de la Tierra. Es así como la tierra se convierte en el lugar por excelencia del ser, estar y de su acto de dar vida a la Pachamama.
Ya Garcilaso de la Vega en “Los comentarios reales de los Incas” atribuía a Pachacamac, el eterno, el creador del cielo y la tierra, el culto que en el viejo Tucumanao se rendía a Pachamama en las apachetas, esos montículos de piedras y otras ofrendas que dejaban los viajeros en honor a la divinidad. Garcilazo comentaba: “Los pueblos andinos, agrícolas especialmente, por necesidad de vida, debieron tener siempre un culto especial por la tierra proficua, por la montaña siempre misteriosa y maternal, que vertía sus torrentes en los valles y atesoraba sus reservas de agua, de oro, de plata y cobre”.
Así, el incansable indígena de los Andes ofrendaba a la madre tierra con su acullico (bocado de hojas de coca), con alcohol, con tabaco, con alimentos para la buenaventura de la travesía a través de la montaña. La Pachamama, era así entendida como la Madre de los Cerros, misterio creador de la fuerza que anima la vida andina, que auspicia el viaje, que ayuda a vivir y a morir, a amar y a olvidar.
Ofrendar a la Pacha
El 1° de agosto, se celebra la corpachada para la Pachamama, ese dar hospitalidad, ofrecer. La celebración comienza el día anterior con el hilado del hilo zurdo, hilado al revés que le otorga un sentido mágico y propiciatorio. Se junta la basura que será quemada al amanecer para limpiar la tierra. A medianoche se toma té de ruda y se pone el hilo zurdo cruzado en la muñeca derecha y el tobillo izquierdo, pasándolo antes por un ajo.
Durante la mañana se sahuma (ahumar) toda la casa con chacha, copa, incienso, hierba buena, romero, alucema o yerba quemada con azúcar para purificarla. La gran ceremonia se prepara para el mediodía. Para esto anticipadamente se elaboraron comidas para ofrendar a la tierra. Se excava un hoyo en algún lugar de la casa ó en el centro del corral o se destapa el del año anterior. Se forma un círculo alrededor y uno a no van depositando sus hojas de coca, un poco de ulpada, las comidas y los cigarrillos encendidos son clavados en el borde. Entre las voces que se multiplican alrededor de la corpachada de ofrenda a la Pachamama se escucha: “Pachamama, santa tierra no me comas, todavía soy joven y puedo dejar semilla”, “Pachamama, devolvéme el doble de lo que te doy!”, “Pachamama, santa tierra Kusiya, kusiya! Vicuña cuay, Amá mi naicho, Kusiya, kuisya!”. Antiguo verso quechua-castellano, que se traduce literalmente: “Pachamama, santa tierra ¡Haz que nos vaya bien! Danos vicuñas y no nos las mezquines. Danos fortuna y no nos hagas enfermar. ¡Haz que nos vaya bien!”. Finalmente se tapa el hoyo que encierra tanta esperanza y cada uno regresa a su lucha cotidiana, quedándose tan sólo un momento a celebrar a la Madre Tierra.
Según la tradición aymara, durante agosto la Pachamama se encuentra con la boca abierta porque tiene hambre, en esta época se prepara la tierra para el tiempo de cosecha, y es preciso agradecer a la Madre Tierra su prosperidad.
Según el amauta (sabio) Antonio Espinoza de la Organización "Proyecto Cultural Wiñay Marka" existen tres formas de realizar estas ceremonias, la primera y la más sencilla es la q'uwachada o el saumerio en la que se quema incienso en la braza para la alajpacha (mundo galáctico), el viento lo sube y se lo lleva, después se pone a la misma braza el copal (mineral), que es para la Pachamama.
Otra ceremonia es la wajt'a, que consiste en quemar mesas llenas de objetos simbólicos, preparadas de acuerdo al pedido que se haga..
La wilancha es la tercera forma, ésta únicamente se la practica cuando se trata de grandes organizaciones o instituciones, porque aquí ya se habla de un sacrificio animal.
Lo cierto es que la celebración y la ofrenda a la Pacha no mantiene reglas establecidas, su importancia radica en reactualizar el valor de la tierra y la profunda identidad de los pueblos que anclan su vida en ella.
Tradiciones de la Pacha
Entre las profundas creencias relacionadas con la Pachamama, deidad protectora y dadora de vida, encontramos que durante el mes de agosto, hay que hacer una cruz antes de sentarse en el suelo y no tomar mucho sol, porque la tierra está abierta, hambrienta y te puede llevar. En la montaña, durante todo el año, se hace una cruz antes de sentarse, para que la tierra no te coma.
Cuando no se hizo la ofrenda, la tierra se lo cobra de alguna manera, ya que “el agua puede venir despareja cuando se olvidaron de hospedarla”.
A los cazadores y mineros abusivos, la Pacha los castiga de variadas y tortuosas formas por su inclemencia. Antes de tomar vino u otra bebida, hay que darle un trago a la tierra:, diciendo: “para vos Pachamama”.
En la cosmogonía indígena andina, la lluvia es macho y la Pacha es hembra, es por eso que las semillas se empreñan cuando llueve.