Tres semanas
Sin minimizar el impacto de estas tres semanas de derrotas electorales –más allá de proporciones y pequeñas sorpresas- no está sucediendo más que lo, a grandes trazos, esperado.
Por Lucas Carrasco
Y no hay aún un eje de campaña electoral, más que las apelaciones vagas a una apuesta entre el cambio y la continuidad. Donde, Cristina Kirchner aún, puede atrapar votos que apuestan a la continuidad –por variadas y distintas razones- y votos que apuestan al cambio, principalmente, por la ausencia de una alternativa viable.
La inflación, que amagaba ser el centro de la disputa electoral, raramente ocupará el centro del debate: porque no le conviene al gobierno y porque no le conviene a los principales opositores. Aunque casi el 60% del padrón es menor de 40 años, es en los mayores de esa edad donde está más sólida la oposición a Cristina. Y es en los mayores de esa edad donde se recuerda con crudeza los gobiernos de Alfonsín y Duhalde en materia inflacionaria. Ninguno de los dos pudo terminar su gobierno.
No logra la inseguridad tampoco el pasaje de convertirse de demanda a horizonte electoral, por distintas razones, en un debate presidencial. En buena medida, porque argentina no tiene una policía federal –tiene un ministerio y una policía que paga todo el país, pero para que se encargue de desarrollar sus tareas en una sola ciudad- y porque, durante los años neoliberales de Menem se trasladó a las provincias la administración de escuelas y hospitales, sin los fondos correspondientes. Con lo cual, cualquier administración provincial tiene que hacer frente a esas erogaciones, con lo que se reduce el presupuesto para destinar a la policía. Se suma, además, que la inseguridad no es del mismo calibre ni importancia en los diversos distritos nacionales: por caso, en un asentamiento de La Matanza que en un asentamiento indígena del Chaco.
En la región, a su vez, el ascenso de Piñera a la presidencia de Chile, no significó el comienzo de una ola derechista. Y los encantos reaccionarios que desde nuestro país despertó en sus comienzos el nuevo gobierno del PT en Brasil y del Frente Amplio en Uruguay se han, por lo menos, atenuado.
Perú, uno de los pocos bastiones neoliberales en el área del Unasur, cambió de signo político. Y la propia política de Colombia –donde está el jefe de campaña de la derecha sudamericana: las FARC- está siendo revisada desacentuando las disputas con sus países vecinos.
La crisis financiera en los países centrales continúa y se propaga, y en EEUU se asiste a momentos dramáticos por el tamaño de su deuda.
Volviendo al país: las propuestas económicas más a la derecha del planteo de Cristina, las de Duhalde, Binner y El Hijo De alfonsín, por ahora sólo plantean disminuir gradualmente el dólar diferencial, afectando así la industria –y por tanto el empleo- y vía inflación disminuir subsidios al consumo y planes sociales. Dado que, el impacto inicial del abrir las importaciones para controlar la inflación, derivaría en la suba a su vez por la liquidación paulatina de las retenciones: tanto en los alimentos que consume el mercado interno como en el precio de la tierra y por tanto en las derivaciones de inversión de esa mayor rentabilidad (una módica y fugaz burbuja inmobiliaria, posiblemente) El cóctel plantea una política duhaldista pero más gradual. De distribución regresiva del ingreso.
Ahora bien, ni la Cámara Argentina de Comercio, ni la de la Alimentación, ni la totalidad de la Unión Industrial, ni todos los componentes oligárquicos de la Mesa de Enlace ni todas las asociaciones bancarias se suman entusiastas, como en el 2001, a ese proyecto. Tampoco la cúpula de la jerarquía católica ni de un sector significativo de la CGT o la CTA sienten entusiasmo alguno en poner en riesgo la gobernabilidad.
Hay un desfasaje entre los voceros corporativos –principalmente los monopolios y oligopolios comunicacionales enrolados en AEA- y el sector que pretenden representar.
La economía sigue creciendo, sustentada por el consumo interno, también la inversión y la movilidad en el empleo.
La primacía de los oficialismos habla de una sensación popular de relativo bienestar, y las pujas histéricas de los voceros comunicacionales de AEA no logran conmover multitudes. Probablemente por estos trazos gruesos que operan en la sociedad.
Las formaciones de la derecha, se automutilaron tras elecciones pequeñas como las de Catamarca –que derivó en que se bajen Cobos y Sanz – o Chubut, que liquidó el peronismo federal –al servicio de la comunidad- y llevó al Hijo De alfonsín a aliarse con la Sociedad Rural en Entre Ríos, con sectores procesistas en Córdoba, con el colorado generoso en la provincia de Buenos Aires, con Alfredo Olmedo en Salta, con Menem en La Rioja, con su ex límite en la ciudad de Buenos Aires, en fin, a armar su frente progresista que también derivó en que Binner se abriera espantado y que Pino Solanas armara una candidatura nacional capaz de competir voto a voto con Altamira.
La dura derrota kirchnerista en primera vuelta de la CABA y la desilusión con Santa Fe, en cambio, no han traído cambios al interior del kirchnerismo ni desgajamientos internos. Apenas restringidas autocríticas para echarle la culpa al otro, amplificadas como si representaran la caída del Muro de Berlín.
En La Pampa los conflictos se dirimieron hacia el kirchnerismo y en Córdoba, el gobierno nacional se quedó sin candidatos provinciales. Datos que no parecen, tampoco, conmover multitudes. Datos que se sabían hace tres semanas.
No se trata de minimizar el impacto de las previsibles derrotas electorales, sino de ubicarlos en un contexto más amplio y profundo.